miércoles, 11 de enero de 2012

José Gausachs y los herederos de Els Quatre Gats.



Por Juan José Mesa

Cuando José Gausachs llega a República Dominicana el 11 de enero de 1940, lo hace forzado por el destino en medio de un mundo lleno de incertidumbre. Ya la Primera Guerra Mundial lo había hecho regresar de París –la capital mundial del arte para ese tiempo – a Barcelona, su ciudad natal.
Como un verdadero maestro, tenía un camino recorrido desde el puntillismo al surrealismo, sin haberse dejado atrapar por los ismos, como su maestro Nonell –un abanderado de la libertad espiritual– cree en sí mismo y sabe que esta primera jugada de la vida fue coyuntural. En cambio, lo que no sabía que en esta segunda ocasión, su partida a América lo era hasta el último de sus días. 
A un heredero directo de los grandes maestros del grupo de Els Quatre Gats, ningún temor ha de causarle lanzarse a una nueva aventura. Y pareciera que ahí radica la clave de todo, como se dice en el argot popular… “los gatos siempre caen de pie”. A su llegada a Puerto Plata en el vapor “Cuba”, posiblemente José Gausachs sintiera –guardada la distancia– la misma sensación que nuestros descubridores. Por demás, sólo le acompañaban 50 pesos [1] como todo su capital y su hijo Francisco. 
Aquí se encontraba salvo y una manera de sobrevivir a la guerra alejado de Europa. El artista que en España en la década de los ´30, su actividad expositora era lo suficientemente importante; la prensa y la crítica le asignaban un lugar destacado y era considerado uno de los más representativos ejemplos de la escuela catalana de pintura durante la primera mitad del siglo XX, difícilmente viene a un país desprestigiado internacionalmente por la matanza de los haitianos “supuestamente” ordenada por Trujillo en 1937; con la intención de quedarse para toda la vida.